El carisma cisterciense


Los monjes del monasterio de La Oliva pertenecemos a la Orden cisterciense de la Estrecha Observancia, popularmente denominada “trapense” por la reforma que en el siglo XVII se consolidó en el monasterio francés de Ntra. Sra. de la Trapa.

 

Pero nuestras raíces se hincan en el siglo XI, en el año 1098 cuando tres monjes benedictinos, Roberto, Alberico y Esteban, salen con un grupo de hermanos, del monasterio de Molesmes, en Francia, al lugar denominada Císter, con el deseo de vivir con más autenticidad, según ellos, la Regla de san Benito.

 

Junto a ese sentimiento destacan, como elementos del nuevo carisma, el deseo de una mayor soledad y contemplación, el trabajo manual y la pobreza, la simplicidad de vida, llevada también a la liturgia, y la vida fraterna, a imitación de las primeras comunidades apostólicas. Este movimiento fue apoyado por la Iglesia, junto a otros en esa época, ya que respondía a un deseo de reforma espiritual impulsada por el Papa Gregorio VII.

 

La Orden naciente recibió un impulso vital con la entrada de San Bernardo seguido de treinta compañeros. Desde ese momento se extendió con una fuerza imparable poniendo énfasis en la dimensión experiencial de la vida interior y la vida fraterna, titulando al monasterio como “escuela de caridad”, y la contemplación. Su apartamiento de lugares habitados y la ausencia de compromisos pastorales no afectarán nunca a la acogida, elemento clave en la vida monástica.

 

Diversas circunstancias fueron deteriorando esta fuerza, como en otras órdenes, y en el siglo XVII el abad Rancé inició una fuerte reforma apoyado en la primitiva tradición monástica, haciendo hincapié en la austeridad de la vida cisterciense y en su carácter contemplativo, que es la que dio paso al movimiento de la Estrecha Observancia y que se consolidó como Orden nueva, dentro de la gran familia cisterciense, a finales del siglo XIX. En la actualidad en la Península somos 19 monasterios, 10 femeninos y 9 masculinos, íntegramente dedicados a la búsqueda de Dios en la contemplación sobre los pilares del trabajo, la lectura y la oración.